El Jardín del Edén existe! En Venecia

En la isla de Giudecca, al sur de Venecia, hay un jardín secreto y olvidado con un nombre que incita a la imaginación: el jardín de Eden. Detrás de las rejas, donde ahora sólo crecen yuyales y algunos árboles, hace décadas floreció un esplendoroso botánico, que varios autores nombran en libros y poemas debido a la belleza exhuberante del lugar.
Pero el libro que mejor lo retrata fue escrito por su propio dueño, Frederic Eden (1828-1916), un aristócrata inglés, que describió cómo planeó, junto con su mujer, Caroline, aquel pequeño paraíso vegetal en una isla donde, en principio, poco se podía plantar.
Italia fue el lugar escogido por los Eden para establecerse dado el delicado estado de salud de Frederic. En el país vivía entonces un grupo de aristócratas británicos, enamorados de las ruinas arqueológicas y la arquitectura renacentista y que disfrutaban con la jardinería. Pero jardines a la inglesa, alejados de la formalidad encorsetada de los jardines reales franceses.
En 1884, el matrimonio Eden adquirió el Palazzo Barbarigo, un antiguo convento de monjas que producían alcacauciles, coliflores y repollos. Había algunos árboles frutales, viñedos y algunas vasijas antiguas, rotas y desperdigadas por el suelo. Era una imagen de cierta decadencia, pero tenía un gran encanto romántico.
Los Eden transformaron aquel terreno agreste en un festín de árboles, flores y plantas. No tenían mucha idea de jardinería, a pesar de que Caroline era hermana de una de las mejores diseñadoras de jardines de Inglaterra. Todo el proceso quedó detalladamente fue explicado en un librito delicioso, publicado en 1903 y que la editorial Gallo Nero tituló “Un jardín en Venecia”, y el arduo trabajo del matrimonio por lograr un espacio repleto de esculturas, pinos, cipreses, adelfas, limoneros, magnolias, granadas, bergamotas, viñas y violetas, plantas tropicales y un sinfín de rosales, a los que Eden era aficionado. Es, además, un canto a la sencillez bucólica, a la alegría de deleitarse en los pequeños placeres de la vida: en las sombras de las rosas, en la maduración de las moras, en la belleza marchita de una flor que pierde su esplendor. El jardín tiene vida propia, regulada por estaciones cíclicas, y son preciosas las descripciones de estas mutaciones continuas, de los cambios de color, de luz y espesor.
Hoy este jardín está cerrado al público y abandonado. Uno de sus últimos propietarios pensó que a la naturaleza no se le pueden poner límites y dejó que las hierbas crecieran sin control. Lejos queda aquel jardín escondido, que representó el sueño de una pareja amante del verde.

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